El mayor desafío fue, sin duda, el gran comedor con vistas panorámicas al mar. El reto consistía en respetar y potenciar la vista, que era claramente la protagonista, sin restarle importancia con piezas de mobiliario demasiado llamativas o voluminosas. La clave fue trabajar con una distribución que abriera el espacio hacia el exterior, utilizando muebles de líneas ligeras, materiales nobles y una paleta neutra que dialogara con el paisaje.
Para aportar calidez sin romper la estética moderna de la vivienda, introduje elementos en madera, ya presentes en algunos acabados de la casa, que ayudaron a conectar visualmente los ambientes y darles mayor coherencia. También utilicé toques sutiles de color –en textiles, y detalles florales– para dar vida sin restar protagonismo al entorno.
El resultado fue una puesta en escena equilibrada, sofisticada y acogedora, que permitió que la arquitectura brillara aún más y que la casa se sintiera como un verdadero hogar desde el primer momento.